jueves, 20 de febrero de 2014

El Síndrome de Stendhal

 
Cerebro, Belleza y Síndrome de Stendhal
 

Definir qué es belleza es algo realmente complicado a pesar de ser algo intuitivo. Lo  que es seguro que el forcejeo entre belleza y subjetividad contiene una variable critica  llamada “buen gusto” que suele ir unida a la formación intelectual y estética del individuo. Es evidente que el concepto de belleza no es algo universal si contamos con la inmensa mayoría de personas que carecen de gusto estético o que han sido alienados por “productos” estéticos deleznables.
 De manera que aquellos que han intentado definir la belleza desde criterios científicos siempre se han encontrado de bruces con ese engendro lateral que conocemos con el nombre de formación, instrucción o cultura cuando no de otros menos aprehensibles como sensibilidad o el simple “buen gusto” al que me refería antes.
La pregunta entonces sigue siendo la misma ¿qué es lo que en arte consideramos sublime, universalmente sublime? ¿hay algún código que nos permita apresar científicamente esas variables?
El síndrome de Stendhal (también denominado Síndrome de Florencia o "estrés del viajero") es una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son particularmente bellas o están expuestas en gran número en un mismo lugar.
Más allá de su incidencia clínica como enfermedad psicosomática, el síndrome de Stendhal se ha convertido en un referente de la reacción romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce artístico.
Se denomina así por el famoso autor francés del siglo XIX Stendhal (seudónimo de Henri-Marie Beyle), quien dio una primera descripción detallada del fenómeno que experimentó en 1817 en su visita a la Basílica de la Santa Cruz en Florencia, Italia, y que publicó en su libro Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggio.
Por lo recortado y paroxístico del síndrome no podemos encuadrarlo como un síndrome psiquiátrico específico. Por otra parte aunque el síndrome en su versión extendida es bastante desagradable no es menos cierto que existen variantes del mismo que son absolutamente triviales y que se resuelven en crisis de llanto o episodios cercanos a la desrealización que tienden a la autolimitación. Y muchas veces en experiencias agradables, sublimes o incluso arrobadoras.
La hipótesis que he sostenido -al menos en los últimos capítulos de esta serie- es que el síndrome de Stendhal representa una patología de la identificación. Y para ello necesitaré teorizar otro tanto para exponer qué cosa es la identificación.
Identificación es según Freud un mecanismo de defensa, es decir una operación psíquica que realizamos para deshacernos de un conflicto y para que haya un conflicto es necesario que exista un otro con quien mantenerlo. La identificación es un manera de ir más allá en la relación de objeto, nos identificamos con aquello que amamos, aquello que aumenta nuestra autoestima, nos gusta como modelo o con aquello que hemos perdido o que tememos.
Esta última posibilidad descrita por Anna Freud con el nombre de identificación con el agresor nos pone en guardia acerca de las funciones de la identificación: no sólo nos apropiamos de aquello del otro que nos resulta agradable o queremos poseer por valioso sino que por el contrario también podemos hacerlo con aquello que nos perturba. No es de extrañar porque los conflictos se encuentran precisamente en nuestras relaciones con el otro, y una manera de resolver esos conflictos con el otro es saltando sobre ellos. Esa es la función de la identificación, un salto desde lo concreto del objeto hasta lo abstracto de su condición y un salto que pone dentro lo que antes estuvo fuera.
La identificación es pues una apropiación de algo inmaterial que es, se atribuye o fue de otro.
 
 
Por: Francisco Traver Torras
 
 
 
 


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