Cerebro, Belleza y Síndrome de Stendhal
Definir qué es belleza es algo realmente
complicado a pesar de ser algo intuitivo. Lo
que es seguro que el forcejeo entre belleza y subjetividad contiene una
variable critica llamada “buen gusto”
que suele ir unida a la formación intelectual y estética del individuo. Es
evidente que el concepto de belleza no es algo universal si contamos con la
inmensa mayoría de personas que carecen de gusto estético o que han sido
alienados por “productos” estéticos deleznables.
De
manera que aquellos que han intentado definir la belleza desde criterios
científicos siempre se han encontrado de bruces con ese engendro lateral que
conocemos con el nombre de formación, instrucción o cultura cuando no de otros
menos aprehensibles como sensibilidad o el simple “buen gusto” al que me
refería antes.
La pregunta entonces sigue siendo la misma
¿qué es lo que en arte consideramos sublime, universalmente sublime? ¿hay algún
código que nos permita apresar científicamente esas variables?
El síndrome de Stendhal (también
denominado Síndrome de
Florencia o "estrés del
viajero") es una enfermedad
psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo,
confusión, temblor, palpitaciones, depresiones e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando
éstas son particularmente bellas o están expuestas en gran número en un mismo
lugar.
Más
allá de su incidencia clínica como enfermedad psicosomática, el síndrome de
Stendhal se ha convertido en un referente de la reacción romántica ante la
acumulación de belleza y la exuberancia del goce artístico.
Se
denomina así por el famoso autor francés del siglo XIX Stendhal (seudónimo de Henri-Marie Beyle), quien dio una primera descripción
detallada del fenómeno que experimentó en 1817 en su visita a la Basílica de
la Santa Cruz en Florencia,
Italia, y que publicó en su libro Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggio.
Por lo recortado y paroxístico del síndrome no podemos encuadrarlo como
un síndrome psiquiátrico específico. Por otra parte aunque el síndrome en su
versión extendida es bastante desagradable no es menos cierto que existen
variantes del mismo que son absolutamente triviales y que se resuelven en
crisis de llanto o episodios cercanos a la desrealización que tienden a la
autolimitación. Y muchas veces en experiencias agradables, sublimes o incluso
arrobadoras.
La hipótesis que he sostenido -al menos en los últimos capítulos de
esta serie- es que el síndrome de Stendhal representa una patología de la
identificación. Y para ello necesitaré teorizar otro tanto para exponer qué
cosa es la identificación.
Identificación es según Freud un mecanismo de defensa, es decir una
operación psíquica que realizamos para deshacernos de un conflicto y para que
haya un conflicto es necesario que exista un otro con quien mantenerlo. La
identificación es un manera de ir más allá en la relación de objeto, nos
identificamos con aquello que amamos, aquello que aumenta nuestra autoestima,
nos gusta como modelo o con aquello que hemos perdido o que tememos.
Esta última posibilidad descrita por Anna Freud con el nombre de
identificación con el agresor nos pone en guardia acerca de las funciones de la
identificación: no sólo nos apropiamos de aquello del otro que nos resulta
agradable o queremos poseer por valioso sino que por el contrario también
podemos hacerlo con aquello que nos perturba. No es de extrañar porque los
conflictos se encuentran precisamente en nuestras relaciones con el otro, y una
manera de resolver esos conflictos con el otro es saltando sobre ellos. Esa es
la función de la identificación, un salto desde lo concreto del objeto hasta lo
abstracto de su condición y un salto que pone dentro lo que antes estuvo fuera.
La identificación es pues una apropiación de algo inmaterial que es, se
atribuye o fue de otro.
Por: Francisco Traver Torras
No hay comentarios:
Publicar un comentario